lunes, 29 de agosto de 2011

Diego Urdiales en las ferias ¡¡Ya!! por favor.

Crónica por Barquerito Torosdos

LA FAENA MAS DIFÍCIL DE LA FERIA

De Diego Urdiales con un quinto de Victorino reservón y agarrado al piso. Valor, inteligencia, temple y delicadeza del torero de Arnedo, que no remata con la espada

Foto: Aplausos. Javier Arroyo

Bilbao, 28 ago. (COLPISA, Barquerito)

Domingo, 28 de agosto de 2011. Bilbao. 9ª de las Corridas Generales.

Seis toros de Victorino Martín. De hechuras y condición variadas. Buenos y bravos tercero y cuarto. El sexto gateó pero rompió con son por abajo. Incierto el segundo,  que protestó. Difícil por reservón el quinto. Deslucido un primero fuera de tipo.

Juan José Padilla, de tabaco y oro, silencio y una oreja. Diego Urdiales, de grana y oro, silencio y vuelta tras un aviso. Luis Bolívar, de verde manzana y oro, oreja y ovación tras un aviso.

Se rompió una costumbre y la corrida de Victorino fue toda cuatreña. No saltó esta vez ese esdrújulo cinqueño asaltillado que suele dejar marcadas las corridas de Victorino. Para bien muchas veces. Pero no todas. Tampoco la alimaña pendenciera que deleita y asusta a los catatoros. El toro alimaña ha ido desapareciendo del catálogo como especie en peligro de extinción. La antigua distancia entre una corrida de Victorino y las demás se ha ido trocando en diferencia más que distancia propiamente. La última prueba de Bilbao –en juego, corridas tan notables como las de Cuvillo, Alcurrucén y Moisés Fraile- lo confirma.

Como era previsible, la corrida de Victorino tuvo personalidad y carácter suficientes como para preservar las diferencias. El segundo, que derribó a un picador sorprendido en ventaja, y se vino en oleaditas, fue el toro más incierto de la semana: tardo, gazapón, revoltoso, muy mirón, el freno echado, la vista por encima de los engaños, de violento fondo, lo distraía el olor de sangre de una banderilla caída en el suelo. Lo más parecido a una alimaña, pero lejos de serlo. Bien rematado, elástico, bello ese toro de seca guasa. No era sencillo estarse con él. Se estuvo tranquilo y dueño Diego Urdiales, que empezó toreando tapado y contrario, intentó estirarse pero no consintió el toro y abrevió con una buena versión del toreo de pitón a pitón rematada con un desplante. Torería.

Capricho fue echarse por delante los toros de más cara de cada lote. El primero de Padilla, que desigualaba por arriba una corrida muy variada,  muy alto y sacudido, dio los 580 kilos de báscula, pero fue de darse poco: eje en las manos, reculadas, miradas al callejón, encogido sin romper ni defenderse tampoco. Listo y por eso no se encelaba. Padilla lo despachó con relativa facilidad, lo banderilleó como el que lava y, después de un pinchazo en hueso, cobró, la mano por delante, una estocada contraria. Un molinete de recurso y no vicario fue la guinda de la faena.

El tercero, cárdeno degollado, abierto de cuerna, finísimas las mazorcas y puntas –toro, probablemente, enfundado- hizo la salida viva y fiera clásica del saltillo de la casa. No respetaba semáforos. Bolívar acertó a cortarlo cuando iba a correrse hasta un caballo. Fue el de mejor son de los seis: quiso por las dos manos, humilló como los buenos, repitió sin recelo y, siendo bravo, dejaba estar. Y, ¡ay!, se pegó sus escarbaditas. Bolívar anduvo seguro y sin esconderse. La lógica pedía ligar dos o tres, y abrochar con el de pecho o el cambiado. Bolívar prefirió las tandas largas, de cuatro, pero sin ligar entonces. Así que la intensidad fue intermitente. Y hubo pausas de más. Una estocada sin puntilla y con vómito.

Aplaudieron en el arrastre al toro. Y al cuarto, que fue igual de bueno; y al quinto, que, reservón y agarrado al piso, fue tela marinera. Encastado y difícil. Los riesgos que corrió con él Diego Urdiales fueron más que notorios, porque, alta la cara, inquieto, duro de manos y casi tan mirón como el segundo, el toro lo puso muy caro. Fue, entonces, la faena más difícil de la semana.

Conmovedor el encaje del torero de Arnedo. Ni un renuncio, ni una duda. Y, además del encaje en zona de peligro, limpieza para sacar los brazos y, sin tirones, templarse con regusto en viajes muy difíciles, y ligar en el sitio. Fue, siquiera eso, toro agradecido este quinto, que sentiría, como todo el mundo, los méritos de la faena: su paciencia severa, su lindo dibujo. Espléndido el momento en que Diego ligó el natural con el de pecho; y una tanda en redondo ajustadísima y rimada; un cambio de mano, y el toro, que le había tirado ya dos hachazos sin llegarle, protestó; un desplante de verdad, de orgullo legítimo; una igualada costosa; y, en fin, a plaza volcada, un pinchazo que patina sobre un hierro, Diego que sale con la taleguilla en jirón entre la ingle y la banda de bordados, otro pinchazo, una gran estocada letal; y voló el premio mayor. Aclamada vuelta al ruedo. Contó un detalle mayor: a la verónica le había pegado Diego al toro en el recibo cinco lances de alta escuela y media perfecta.

Padilla anduvo a placer más o menos con el cuarto, pero sin meterse nunca del todo con él. Para toros agradecidos, éste, sangrado en tres puyazos dosificados,  pero tres puyazos al cabo, no tan claro en banderillas y, en cambio, pronto y ligero en la muleta, que Padilla puso de señuelo. No siempre picaba el pez. Otra estocada, petición muy raspadita, la gente de Padilla feliz, regaloso el palco y una vuelta al ruedo como las de los legionarios romanos después de campaña. Padilla le regaló la oreja a uno de los carpinteros, le pegó un abrazo de estrujarlo, se llegó a la boca de riego en una carrera de tijerazos, agarró el puñadito de tierra, lo besó como si fuera un clavel y se llevó la mano al corazón: “Te quiero, Bilbao, te quiero…”

Estrechas sienes y amplias palas, el sexto hizo intención de saltar, se coló en apretones por las dos manos, se perdió dos veces antes de llegar a engaño, escarbó y, después de mucho trajín, rompió a bueno. ¡Cosas veredes…! El toro sorpresa: ahora encontró Bolívar recursos de experto –se hizo torero en casa de Victorino y se nota- para ganar y perder pasos a punto, para a punto enganchar y soltar, irse cuando se le revolvía, obligarlo cuando el toro intentaba gatear. Fue muy entretenido. Parecía un tentadero y no una faena. Buen espectáculo: el de ver cómo rompe un toro que parecía que no. Y se entrega. Largo negocio. Faltó redondear.

Grandes los Pilares

Crónica por Barquerito Torosdos

UNA MONUMENTAL CORRIDA DE EL PILAR




Foto Suerte Matador

Sábado, 27 de agosto de 2011. Bilbao. 8ª de las Corridas Generales. Estival y templado. Casi lleno.

Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile). El tercero, jugado de sobrero. Corrida de cuajo, armadura y volumen soberbios. De bravo empleo en el caballo y banderillas los seis. Sobresaliente el primero; notables cuarto y sexto; bravo el sobrero. Segundo y quinto, uno por apagado y otro por pararse, no dieron la misma talla.

El Cid, de negro y oro, oreja tras un aviso y saludos. Sebastián Castella, de tabaco y oro, saludos tras un aviso y silencio tras un aviso. José María Manzanares, de habana y oro, saludos tras un aviso y ovación tras un aviso.

Brega notable de Boni, Chacón y Trujillo. Pares espléndidos de Curro Javier. Bravos a caballo Pedro Chocolate y José Antonio Barroso.

Bilbao, 27 ago. (COLPISA, Barquerito)

LA CORRIDA de El Pilar fue espléndida: el porte, la presencia, la seriedad. Cuajo descomunal pero no desproporcionado. Casi 600 kilos de promedio. Un mayúsculo sobrero jugado de tercero bis puso de su parte casi cien kilos más de la cuota; en contraste, el segundo, envuelto en otro papel, no parecía de Bilbao aunque lo fuera. Justito el quintal. Le faltaban las chichas de los demás.

Corrida espectáculo. La más brava en el caballo de toda la semana. El toro que se devolvió por descoordinado, el tercero, fue el primero que estuvo a punto de comerse un caballo de pica y de empotrarlo en tablas. El sobrero que se soltó en su puesto romaneó con una ligereza sorprendente: se le estuvo columpiando en los pitones y contra las tablas un caballo bayo valiente y domado que al fin hizo vanos los épicos intentos del piquero Pedro Chocolate por sujetarse como fuera los dos. Cayó de bruces y no de costado, que es como suelen derrumbarse los caballos de pica.

Con suave diligencia y la ayuda de tres monosabios científicos, Alain Bonijol, dueño de la cuadra, puso en pie al caballo asiéndolo del ramal como con pinzas. Estaba tan bien guarnecido el caballo que ni las cornadas enceladas del toro en la panza le hicieron una gota de sangre. En la segunda visita el toro tronchó la vara de picar por la mitad y volvió a derribar. Con la ventaja ahora de tener al picador sin lanza ni manos. Cuando iba a ensañarse la pelea de toro y caballo caído, apareció la punta del capote de El Cid en un quite sobresaliente para despejar la zona de combate.

A partir de entonces, todas las llegadas de los toros a los caballos de pica se esperaron y celebraron como acontecimientos. El cuarto, que salió con fiereza, se arrancó con estrépito en la primera vara y derribó con tanto poder como el tercero o más. De nuevo Bonijol y su gente controlaron y recompusieron la escena como si nada. En la segunda vara metió el toro los riñones. El quinto, que iba a resultar en juego el de más dudosa nota, también atacó en el caballo en las dos varas con inconfundible fiereza. Y el sexto, con entereza aún mayor. Sin hacerse de rogar: en cuanto vio de frente el caballo de Barroso hijo se fue por él como un bólido, se encajó de lado y apretó de verdad. Hasta que se cansó. Cuando un toro siente que pueden más el caballo y el que lo monta, es capaz hasta de esperar al siguiente asalto y reservar fuerzas. En el segundo puyazo volvió a atacar sin reservas. Pero volvieron a ganar la partida Barroso y el caballo de Bonijol.

No es común ver vestido a un picador con azabaches en lugar de galones y golpes de oro. Barroso llevaba una casaca de color grana –la grana propia, que es como la grosella- y los bordados de azabache. En Bilbao ha estado esta semana llegado desde Jerez su señor padre, Alfonso Barroso, maestro de caballistas y picadores: 75 años, en perfecto estado de revista –solo que bastante sordo- y evocando las glorias de Bilbao, El Gallo, Juan Belmonte, Antonio Ordóñez y Manzanares padre. Y orgulloso en silencio de su hijo José Antonio: el octavo de los ocho que tiene, y el único que ha seguido su oficio. “Hay que picar no como diga el maestro, sino como tú lo sientas”, dijo Alfonso Barroso el otro día. Y así picó su hijo al sexto toro de El Pilar, que era un monumento y fue, además, de los buenos de esta corrida tan singular.

Completísimo el primero: codicia, nobleza, fijeza, entrega, resistencia. Si en vez de primero es cuarto o quinto, le dan la vuelta al ruedo. “Guajiro”, número 100. ¡Qué manera de estirarse, qué prontitud, qué alegría, qué pies, qué punto! ¡Qué toro! Aceleradito El Cid, oficio para medirse y no sufrir ni verse desbordado, pausas para el aliento, faena a menos por falta de acople con la izquierda, una estocada. Altísimo de agujas, largo, aparatoso por colorado, casi rabón, el sobrero fue de buena nota. Manzanares lo toreó con carísimo primor –despacioso empaque, asiento impecable, pureza- y con valor del de verdad. Pero se pasó de faena –pecado grave con los toros sangrados en varas- y el acento de la faena y el gas del toro, que abrió la boca, fueron menguando.

El cuarto fue de  notable nobleza pero sin el ímpetu apasionado del primero. Por fuera lo trajo y llevó El Cid sin descararse ni proponerse del todo nada. Otra estocada excelente. El sexto, que llegó a enterrar a pulso los pitones en un volatín completo, fue toro muy bien toreado y templado por Manzanares –gran desmayo en los medios pese al amenazante volumen del toro- y, si se soltaba, volvía de largo con una potencia estremecedora. Por eso Manzanares prefirió la pelea en corta distancia, y ahí la ganó. Un pinchazo entrando por derecho, una estocada trasera.

Los dos del lote de Castella fueron de otra forma: el segundo, algo apagado, quiso menos que los otros. Castella lo toreó con rigor geométrico y sabia paciencia. No llegó a la gente el mérito de la faena. Ni su música interior. El quinto se paró y fue el único. Castella sentado en el estribo para abrir, tan firme como suele para aguantar impertérrito los paroncitos del toro antes de llegar a jurisdicción o justo al hacerlo. En otra corrida habría contado el doble. Sonaron cinco avisos. Casi dos horas y media. Una exageración.

Postdata para los íntimos.- Ya se oyen en Linares los tambores de Semana Santa. Y aquí, fuegos artificiales de mucho gastar la pólvora en  salvas: parece el sitio de Bilbao, los cañones de Espartero, la guerra es la guerra. La infancia de don Miguel de Unamuno. En la calle de la Cruz.

sábado, 27 de agosto de 2011

Gran corrida de Alcurrucén.

Crónica por Barquerito Torosdos

FRESCURA DE LUQUE, FINURA DE PONCE

Y garra de David Mora con una notable corrida de Alcurrucén. Seis hermosos toros, cinco de ellos de ramas distintas, pero embistieron los seis. De distinta manera

Bilbao, 26 ago. (COLPISA, Barquerito)

Viernes, 26 de agosto de 2011. Bilbao. 7ª de las Corridas Generales. Tres cuartos de plaza. Soleado, ventoso, fresquito.

Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). De hermosas y variadas hechuras, astifinos pero no descarados. Corrida pronta, noble, de buena condición. Se emplearon los seis. En son bondadoso primero y tercero; pastueño el cuarto. El segundo, más listo, se frenaba; con aire de cinqueño el quinto, que tenía esa edad; aunque escarbó y reculó, embistió por derecho el sexto. Todo aplaudidos en el arrastre. 

Enrique Ponce, de celeste y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso. David Mora, que sustituyó a Iván Fandiño, de celeste y oro, una oreja y saludos tras un aviso. Daniel Luque, de escarlata y oro, vuelta tras un aviso y ovación tras un aviso.

CASTAÑO, BERRENDO, astifino, armónico, el primero de los seis alcurrucenes fue buen toro. Trotecito frío de salida, a punto de emplazarse. Se picó solo, quitó David Mora por chicuelinas. Transparente, se cantó del todo en banderillas la seña del toro: su bondad suave, su fijeza. 
Toro tranquilo. Y tranquilo Ponce, que, hizo las comprobaciones de rigor, y sin quemarse la lengua, metió en la cazuela la cuchara. Faena sin sorpresas ni alegrías ni tristezas, ni apuros, ni picante ni electricidad: el toro en la mano, más pausas de lo debido –iba a caer un aviso por eso-, intentos de torear en circular, la mano baja, la derecha sí, apenas la izquierda, muy abiertos los cambiados de remate, el molinete de apertura, un desarme, un exceso de gestos, dos pinchazos en la suerte contraria y media. Y el aviso.

Sólo un toro negro vino en esta corrida de Alcurrucén. Un segundo corto de cuello y manos, apuntados los afilados cuernos, pechugón pero ágil, elástico, pronto, combativo. Salió al ataque, no dejó a David Mora estirarse con el capote a gusto. En los medios esperó en banderillas con aire incierto porque en ese terreno no se empleaba el toro y, cuando se cerró a las rayas, y en paralelo a tablas, quiso con más franqueza. Buena apertura de faena: poderosos muletazos de rico dibujo, ideas rápidas, ritmo. Repicaban las embestidas; por la mano izquierda se arrepentía o detenía el toro, se daba mejor por la derecha. Codilleo de Mora, algún enganchón, espléndidos pases de pecho, encaje de verdad, ambición. Tuvo emoción la cosa. Una estocada soltando el engaño. Soltando el engaño no valía en Bilbao. Otra época. Una oreja. 

Berrendo en castaño, calcetero y lucero, era buen cromo el tercero. La cara arriba en el caballo. Luque quitó por delantales y brindó a la gente. Toro con pies, pronto. No hubo que llamar dos veces a ninguno, salvo al sexto. Manos a la obra Luque en faena de fácil resolución. Viento: costaba sacar limpia la muleta. Por arriba y por abajo. Y más fuera de las rayas que dentro de ellas y al abrigo de tablas. Para todo encontró Luque solución. Puro desparpajo, cajón de recursos, hilos enredados y sueltos. Una estupenda tanda en redondo, descargada la figura, caídos los brazos; de uno en uno y con la izquierda los cartuchos de pescado; largos remates de pecho; cambios de terrenos, distancia y mano a capricho; un bazar. Sobrado, pero trabajando de más. Iba a ser tarde de cinco avisos, y casi dos horas y media. Sin razón alguna. Dos pinchazos y un descabello. Vuelta al ruedo por libre. No hacía falta.

Muy bonito el cuarto: remangado pero acucharado, serio pero cómodo. Castaño, perfecta lámina. El de más bondad de la corrida. Ponce lo molió a capotazos de doma: dosis masivas de lances, dos puyazos y, cuando estaba requetecambiado el tercio, un quite desafiante de David Mora por gaoneras. De gran ajuste. Donde estaban posados los papelitos que echan los mozos de espada para medir el sentido del viento, ahí faenó Ponce. Sin salirse de las rayas. Descolgado desde el primer viaje, el toro escarbó un par de veces, pero, al mimo del engaño ancho y ligero de Ponce, a toques suaves, se dejó mecer y traer como de la mano misma. Pausas y paseos entre tandas. Un ensayo de toreo ortopédico -¿poncinas, poncianas…?-, de espaldas y en despatarre impropio, toreo en circular por una mano y otra, postres cuando ya no quedaba más toro que el gato, el compás de un par de cambios de mano por delante, la doma a engaño blandido. Y, soltando el engaño, una estocada ladeada.

El hondo quinto fue más toro que los demás. Un año más tenía. Se empotró en el caballo de pica, había apretado de salida, era duro. La apertura de faena de Mora fue espléndida, clásica, sin red: en madeja, seis, siete muletazos cambiados por abajo, de romper al toro y poderle. Y, luego, un trabajo más repensado. Con alardes: cites de largo aguantados, sangre fría para aguantar miradas del toro, que le descubría cuando estaba mal colocado, cierto aparato para llegar al pitón contrario, paciencia. Se quedó el toro dentro algunas cosas. Y ahora no entró la espada.

De toda su frescura natural volvió a hacer exhibición Daniel Luque con el sexto, que reculó  y escarbó pero no de manso, sino de pura remolonería. Aunque para entonces pesaban las dos horas y pico de corrida, fue de interés el juego de Luque, su listeza para tocar al toro y dormirlo pero en terrenos donde llevaba la ventaja el toro. Tragón Daniel. Templado en roscas sacadas a tenaza, buen gobierno. Y una estocada tendidísima al cabo de casi diez minutos. 

viernes, 26 de agosto de 2011

Lo que nunca hubiera tenido que salir por el coso de Vista Alegre

Infumable fue la tarde de Victoriano del Río. Toros de injustificable presencia para una plaza como Bilbao. Delante tres del G-10, Ponce, Juli y Perera. Si así es como va la fiesta  que nos quieren imponer estamos salvados, porque lo de ayer fue un verdadero simulacro de corrida de toros más propio para un pueblo que para una plaza tan importante como la de Vista Alegre. 

Crónica de Barquerito Torodos

Fiasco parcial pero indisimulable del ganadero de Guadalix en su debut en Bilbao. Dos toros nobles no son paliativo. Asomo de un Juli nuevo, seguridad de un firme Perera 

 Foto Suerte Matador

Bilbao, 25 ago. (COLPISA, Barquerito)

"VICTORIANO DEL RÍO UN SONADO TROPEZÓN"

Jueves, 25 de agosto de 2011. Bilbao. 6ª de las Corridas Generales. Lleno de No hay billetes. Nubes y claros.

Seis toros de Victoriano del Río. El sexto, con el hierro de Toros de Cortés. Corrida de dispar remate y pobre conducta en general. Segundo y tercero se movieron con entrega desigual. Rajado el primero; de muy mala nota por inciertos en manso cuarto y quinto; bondadoso un sexto sin fuerza ni motor.

Enrique Ponce, de tabaco y oro, aplausos y silencio. El Juli, de carmín y oro, saludos tras un aviso y ovación. Miguel Ángel Perera, de púrpura y oro, saludos y ovación.
Brillante en banderillas Joselito Gutiérrez.

NUNCA HABIA LIDIADO Victoriano del Río en Vista Alegre y se esperaba -¡qué menos!- una corrida de Bilbao. Pues no: ni de Bilbao ni de Logroño. Bastante armada, pero ni honda ni hecha ni cuajada ni en tipo. No fue porque tres de las precedentes en el abono –Miura, Fuente Ymbro y Cuvillo, y cada cual a su manera- hubieran cumplido más que de sobra con las exigencias formales: las hechuras, el remate, el escaparate. Es que la corrida no dio la talla ni siquiera para lo que es el propio patrón de la ganadería. Es lícito que un ganadero se alumbre con dos hierros, pero en un debut en Bilbao el protocolo exigía una corrida completa de seis de uno de los dos: el que estaba anunciado. El toro que vino de complemento, con el segundo hierro, el de Toros de Cortés, no dio más talla que la de la alzada: era muy alto. Pero no tenía trapío. El de Bilbao.

El toro del estreno llevaba en la cara –es decir, la cuerna- el perfil astifino de los que se crían cautivos de las fundas. En casa de Victoriano del Río hace una década se puso justamente en práctica la invención de las fundas que protegen los pitones. Mazorcas cuasi raquíticas, palas largas y abiertas, aguadañadas. Fue toro trotón, abanto, Ponce le pegó unos cuantos capotazos de doma. Dos puyazos: la pica enhebrada tras el primero; y un quite de El Juli por chicuelinas, tres, espaciadas, porque se iba el toro y soplaba el viento. Un toro sin mayor misterio. Antes de los diez viajes ya se había rajado y enfilado la puerta de toriles. En tablas y a favor de querencia, perdiéndole pasos, Ponce lo pasó de acá para allá. Y le pegó hasta dos molinetes de entrada sueltos. Un pinchazo en la suerte contraria, una estocada ladeada, un descabello. Se supo entonces que acababa de colgarse el cartel de “No hay billetes”.

El segundo, acucharado, salió algo distraído. El Juli lo tanteó antes de estirarse en tres verónicas de corto vuelo y frío eco. En un burladero del callejón, junto al alcalde de Bilbao, estaba sentado El Viti. Cincuenta años de alternativa y de la presentación en Bilbao recién cumplidos. Reluciente cabellera cana, transparente torería. Aura de torero grande. Le brindó El Juli la muerte del toro. Perera y Ponce iban a hacer lo mismo en los turnos siguientes. Torero de toreros: por ética y estética. Y torero de Bilbao.

Este toro del brindis ni fue de Bilbao ni dejó de serlo. Sólo dos de los seis de envío tuvieron buen aire. Éste segundo y el tercero. El Juli se enroscó en una bonita trenza de apertura, muy de su repertorio escolar, se abrió al tercio, le puso firmes al toro sin llegar a embraguetarse pero tirando de él y, en una tanda de tres en redondo ligados tras cambio de mano con un natural, se dejó ir con tal ángel que todo lo que se había visto  antes y lo que vino a verse después pareció, por previsible y por visto, de menor categoría.

Y un aviso: eso es lo que ahora se quiere de El Juli, y lo que el propio Julián pretende.  A menos, el toro acabó metiendo la cara entre las manos pero sin descolgar. Buenos muletazos previos de igualada, pero no se cuadraba el toro y a El Juli le costó pasar con la espada. Un pinchazo, media trasera, un descabello.

El tercero, el más alto y largo de los seis, fue el de más claro empleo. De los dos que pretendieron salvar el honor de la divisa, éste fue el que lo hizo con mejor son: de menos a más, noble, fijo en los engaños, repetidor. Vertical, encajado, Perera lo tuvo en la mano siempre. En faena rigurosa y monocorde –cinco tandas casi idénticas- que sólo estalló a última hora cuando Perera se metió en el bucle de los cambios de mano, el toreo cambiado ligado con el natural enroscado, el de pecho, la planta enterrada, la suerte cargada, el peso todo en el de pecho que remató tanda. No hubo remate con la espada. Ni fe para empujarla.

Estaba por decantarse media botella cuando saltó un cuarto toro altón y sin trapío, corretón, de volver grupas, de irse corrido al caballo como a un recado y con maneras de manso: las antenas puestas, protestas y miradas, se vino al pasito a engaño pero sin hacer por él, adelantaba y se quedaba delante. Ponce tuvo la feliz idea de abreviar. No fue mejor el quinto, con la pinta salpicada tan característica del fondo gran reserva de Victoriano del Río. Zancudo, fuera de tipo, sin ninguna fijeza, de soltarse de engaños y echar la cara arriba, de quedarse colgado a mitad de viaje y de enfocar más a El Juli que al reclamito que El Juli llevaba en la mano: una muleta minúscula. Viajes al paso, no embestidas. Parecían escocer las banderillas, algo delanteras. No era eso: eran las pocas ganas de pelear. No se aburrió El Juli, firme y seco. Y una estocada al salto inapelable.

La gente protestó la presencia del sexto y sus malos apoyos, como de toro descoordinado o derrengado, que se sentó dos o tres veces, claudicó otras tantas. Era muy suavecito, pero no empujaba por falta de aliento. Le consintió, le dio buen trato Perera, pura seguridad, impasible. Pero no se trataba de eso. Se esperaba, como de toda la corrida y el espectáculo todo, otra cosa bien distinta.

Postdata para los íntimos.- En el Monterrey he comido. En la Gran Vía. Frente a unos grandes almacenes cuyo nombre omito por no hacer gratuita publicidad de El Corte Inglés. El Monterrey era de tertulia de señores de Bilbao de los de antes: aficionados de los que ya vamos quedando cada vez menos. Cañabate era fijo de la tertulia, no por los toros sino por goloso. Le gustaba comer. Y en el Monterrey se come bien. Era la primera vez que entraba desde la prohibición del tabaco. El pescado olía a pescado, el vino con su aroma, hasta los huevos del flan de ídem olían a caserío, a huevos de caserío sin tabaco. Y el café de Bilbao. La ciudad donde más bueno está el café del mundo. Café Baqué. Los Areces del Corte Inglés empezaron con un tostadero de café en Grado, Asturias, y fíjate. Un camarero del Monterrey de aquella época se parecía a Antonio Ordóñez, pero prefirió estudiar con los jesuitas antes que jugarse la vida en serio.

Alternativa de Jiménez Fortes en una deslucida corrida de Jandilla

Crónica por Barquerito Torosdos

Después del gran espectáculo Cuvillo, una corrida de Jandilla de muy aparatosas cabezas pero manso fondo. Firme Talavante, sin chispa El Juli, ilusión de Fortes

 Foto: Suerte Matador

Bilbao, 24 ago. (COLPISA, Barquerito)

Miércoles, 24 de agosto de 2011. Bilbao. 5ª de las Corridas Generales. Tres cuartos. Encapotado y oscuro. El lehendakari López y el alcalde de Bilbao, en uno de los palcos de honor.

Seis toros de Jandilla (Borja Domecq). Corrida de más cara que trapío: escalofriantemente afilada, pero no rematada. Cornalones tercero y cuarto. Los dos toros de mejor aire, primero y sexto, noblitos, no tuvieron fuelle ni apenas vida. Mansearon segundo, tercero y cuarto. Con un soplito agresivo, el quinto se movió sin entrega, y murió escarbando.

El Juli, de tabaco y oro, ovación y palmas. Alejandro Talavante, de azul celeste y oro, silencio tras un aviso y ovación tras dos avisos. Jiménez Fortes, que tomó la alternativa, de azul celeste y oro, saludos tras un aviso y ovación.

AMUSGADO, DORMIDO de partida, el toro de la alternativa de Saúl Jiménez Fortes se entregó en el caballo o se durmió en el peto como si el peto fuera un colchón. Bondad automática. Iba a ser el único toro de la corrida de Jandilla con cierto sonecito. Estaba pesado el suelo –recompuesto con parches de viruta- y al toro le costó navegar. Justas fuerzas, la boca abierta en jadeo. Hizo un quite por chicuelinas Saúl. Ni bueno ni malo ni propio ni impropio. 

Capote de airoso vuelo. Tres pares de banderillas y el toro andaba después de las tres carreras con la reserva justa. La ceremonia de alternativa no se atuvo a protocolo. Antes y no después de la cesión de trastos se abrazaron el padrino –El Juli- y Jiménez Fortes. En una barrera de sombra estaba Mary Fortes, novillera valiente de los 70, una pionera. La madre de Saúl. Para ella fue el brindis.

Y la faena del estreno. De más firmeza y encaje que brillo. De felpa parecía el toro, negro lustroso. Muchas voces en los cites, hasta que la música se interpuso a destiempo, gratuitamente. Cosa de correr la mano y templarse por abajo. De flojo, se revolvió el toro y desarmó a Saúl –la prenda fue  la espada, no la flámula-, agónico se tuvo de pie, a cuentagotas la marcha. Airosos muletazos finales a dos manos. Uno, enroscado, muy bonito. De torero de gusto. Dos pinchazos, una atravesada soltando el engaño, dos descabellos, un aviso y, sin embargo, una digna alternativa. En plaza mayor.

Montado, dos puntas finas, el segundo se estrelló al rematar de salida y a reclamo en un burladero. Cosas del repertorio de los mansos: mugir, dolerse, escarbar, recular, la cara arriba, blandearse en el caballo. Y después de esa blandura, un volatín entero y a pulso. Ni los garfios contaron. Sin fuelle, rebrincadito, el toro claudicó al primer viaje Dio entonces la impresión de que se había visto todo. Sólo por la mano derecha se medio venía el toro. En la media altura, amarrándolo, lo tuvo El Juli en muletazos cosidos de dos en dos. El cambiado de remate por la misma mano siempre y tras el giro listo. Muletazos de costadillo. Y de compromiso. Paja y no grano. La cara arriba, no animaba el toro. Sin mayor ilusión El Juli. Un pinchazo y, soltando el engaño, una estocada con vómito.

Descarado y astifino, el tercero, castaño, aparentaba más carnes que las del peso: 508 kilos. Toro de escarbar. Como casi toda la corrida. A la defensiva, protestando, topando. Firme Talavante, pero con la firmeza solo no bastaba. Se vino abajo el toro. Un pinchazo, una entera. Soltando el engaño como casi todo el mundo.

Ninguna fuerza el cuarto: trompicado, derrumbado, tocado, hundido. Mucha cara, ningún brío, las manos por delante, la boca abierta. Le escocieron las banderillas. Apoyos frágiles, se fue al suelo. Dos veces. Ni estaba en el engaño ni estaba en el torero; si hubiera tenido poder, habría arrollado. Se notó desalentado a El Juli, que se encontraba entre las diez mil almas que vieron en directo la brava corrida de Cuvillo del martes. Duro el contraste. Una estocada de gran habilidad y, a toro arrancado, un descabello.

Agujas góticas lucía el quinto. Dos varas por libre, soberbio un caballo de la cuadra de Bonijol que hizo la suerte solito, y eso no se había visto nunca. Se aplaudió al caballo por resistir sin montura ¡y sujetar al toro! Rabeo de mansito del toro, que atacaba a impulsos y obedecía pero sin meter la cara en serio. Ni los riñones. Valiente Talavante. Una tanda de sangre fría con la zurda, dos varetazos de banderillas y un palotazo de asta en la mejilla, y ni inmutarse. Pausas peripatéticas. Encaje rígido, cierto desorden pero no improvisación. De pronto, el toro a su aire. Se puso a llover mansamente. Mansa hasta la lluvia mansa en tarde cenicienta. Caída una estocada cobrada a engaño soltado. Tardó en doblar el toro, que, después de cruzar el ruedo entero como si fuera bravo, murió escarbando. Dos avisos por culpa de la agonía. Y por falta de recursos de Talavante.

Y el sexto, que tuvo mejor aire de salida que los otros cinco. Bonitos lances de Jiménez Fortes: buen vuelo, vertical empaque, toreo de brazos. Casi se lo lleva por delante el toro en un desplante en falso. Parecía que, pero no. Se le durmió en la muleta a Saúl uno de los brazos que acababan de templar viajes de capa; un desarme; no tenía inercia el toro, sí nobleza. Con paciencia y en tarde caliente, ¡quién sabe…! Una buena estocada: la mejor de la tarde.

Postdata para los íntimos.- Uno que era alcalde de Ceberio cuando las devastadoras inundaciones del 83 y un amigo suyo, que no era de Ceberio sino de Santurce, tienen todos los años la costumbre de organizar una comilona de camaradas. Ha sido hoy. En las retransmisiones en directo  de Radio Popular -la voz y el verbo de Manolo Rodríguez "Manolete"-, el de Santurce y yo hacáimos atrevidos comentarios y entrevistas, y aquel alcalde hacía entre toro y toro un resumen en vizcaíno (vascuence, euskera) para los vecinos de su pueblo y otros caseros amantes del toro en los montes de Vizcaya. Paquirri mataba los toros de Bilbao como yo no ve visto a nadie. Manolo Vázquez hizo una faena maravillosa.

La cita ha sido en el Zuloaga, un bistrot encantador de la Alameda de San Mamés, ya junto a General Concha: croquetas, gazpacho, vainas con foie y hongos, una crema de bonito, bacalao ¿a la vizcaína o a la francesa?, rabo de toro en hilachas con sus tres salsas y una tarta de queso con frutos del bosque (en Ceberio había mucha zarzamora) y un higo caramelizado. Vino de Piérola, honrada crianza. Y todos en paz.

Un fotógrafo de prensa que se tiñó el pelo de blanco para impresionar en la Universidad s sus alumnas de Imagen, unos parisinos de origen guipuzcoano que nacieron durante la Segunda Guerra, sus mujeres -las de todos-, una Begoña que prefiere a Mourinho y no a Guardiola, dos Javieres padre e hijo. Éramos muchos. Faltaba Luis García Campos, que está enfermo. Ya no van a los toros los de Radio Popular ni los de Ceberio ni los de Santurce ni los Javieres ni, por razones mayores, Luis García. Manolo Manolete nos dejó hace ya muchos años. Así que me sentí el último de Filipinas.

En el Parque de Amézola había hecho una cita con Marc Lavie y el segundo de sus hijos, que se llama  Benjamín, como algunos maestros: el sabio de Tudela, el sabio de Ejea, el pintor de Barrax. Y algún gran moralista anglosajón. En la mesa de al lado de la terraza del Amezola, casi enfrente del monumento a Bruard, estaba una pareja con una niña de cuatro años o así. Iban al mismo sitio que yo. Y le dice el padre: "Prométeme que no vas a llorar cuando maten al toro". Y entonces casi se echa a llorar la niña. Y dice la madre: "¡Si no los matan de verdad! Hacen como que los matan, pero luego se los llevan a la enfermería y... ¡hale!". Y la niña, tan contenta. Iba a los toros dando saltos y y dando gritos. "A los toros, a los toros..." Como yo. Pero, luego, ha salido la corrida de Jandilla y... ¡qué quieres que te diga!

miércoles, 24 de agosto de 2011

Lío gordo de Morante en Bilbao

Crónica de Barquerito. Torosdos

"Una faena fantástica de Morante"

Prodigios del toreo de la Puebla en una exhibición por todo antológica: la belleza formal, la inspiración, la improvisación, el temple, el genio sencillo. Obra maestra.

 Foto: Suerte Matador.

Bilbao 23, ago (COLPISA, Barquerito).

Martes 23 de agosto de 2011. Bilbao 4º de las Corridas Generales.

Seis toros de Núñez del Cuvillo, muy astifinos, de variadas líneas, serios toros. Bondadoso el cuarto, que duró lo indecible; temperamentales segundo y tercero; bravo en clásico el quinto; agitado el primero; que se aplomó luego; peligroso el sexto, que punteó y tiró cornadas.

Monrate de la Puebla, de verde parra y oro, saludos y dos orejas tras un aviso. Salió a hombros. José María Manzanares, de cobalto y oro, saludos y oreja tras un aviso. David Mora que sustituyó a Leandro, de salmón y oro, saludos en los dos.

Soberbios pares de Curro Javier, Juan José Trujillo y El Puchi.

Lo que menos convino de la pinta del cuarto toro de Cuvillo fue el hecho de ser calcetero, descarado y hasta cornalón. Colorado melocotón, nalgudo, blancos los pitones y las palas. Siendo muy astifina y seria de cara la corrida toda, este cuarto fue, dentro de la variedad de pintas y hechuras, el de espuria traza. El raro. Corto de manos, y por eso de trompicaría al aparecer; mucha caja pero vareado. No fue toro de gran expresión. Pero en manos de un Morante desatado y en faena de sin par ebriedad, iba a ser el toro de la feria. ¡De momento...! "Cacareo" número 150.

Lo recibieron de uñas solo por perder las manos. Estaba frío, se vino al retrote, se frenaba un poco, no se fijaba, se salió suelto de dos picotazos, -el segundo en la puerta y sin emplearse en ninguno de los dos. Morante había estado muy brillante al lancear al primero de corrida a la verónica. Por la mano derecha. Este cuarto no le dió opción ni a ponerse sino para bregar. Estaba por sangrarse y por saberse algo cierto del toro cuando el palco cambió el tercio. Morante no atendió al toque y, por su cuenta, hizo gesto visible a Cristóbal Cruz para que le pegara al toro un tercer puyazo que fue el de verdad. Medicinal.

El segundo y el tercero de Cuvillo se habían cambiado con dos puyazos –y muy comedidos- y los dos se habían venido arriba en la muleta con bravo temperamento, que fue nota común a casi toda la corrida. Morante habría tomado nota. Se le echó encima la gente, pero Morante sabría lo que hacía. Ni se le ocurrió echar al palco una mirada. Ni de reojo. Los banderilleros cumplieron enseguida, en los dos galopes por la mano derecha el toro se vino con buen aire, pero no por la izquierda. Morante se puso a trajinar sin perder un segundo. Seis muletazos a dos manos por abajo, muy trabajosos, en línea, como si la muleta pesara el doble de lo normal; pasos ganados de un viaje en otro, toro metido y sometido. La tanda acabó al borde de la segunda raya. Los que entendieron que eso era el arranque de una faena de castigo y que ya estaba Morante dándole al toro la extremaunción erraron el cálculo. Iba a empezar el festín en la tanda siguiente, que fue de nuevo por abajo, de ahormar y aquilatar; de enganchar y torear por delante, no solo tocar. Fue una tanda de seis: en el cambio de mano por detrás la muleta cobró un vuelo que nunca se ve.

Ya estaba encajado Morante y empezó a fluir el torear como un juego. La faena fue entera en un terreno solo: un segmento, porque Morante empezó fuera de rayas, entre las rayas dibujó no pocas maravillas y acabó toreando casi en las tablas. Y, sin embargo, todo fue en tan pocos palmos pura improvisación. Sobre la base del canon clásico: el toreo en redondo, ligeramente traído hacia dentro el viaje del toro para abrirlo sin ahogarlo, las plantas posadas; en aspa el brazo que no blandía la muleta pero equilibraba el peso del cuerpo como en filigrana; la suerte cargada en todas las bazas. Ni un tirón. Todo caricias.

Uno por alto casi en reolina ligado con el molinete, la trinchera y el de pecho. Estalló un júbilo inenarrable. Coros de olés porque no hubo ni pausas, sino brevísimos respiros dentro de un hilo continuo. Veinte, treinta muletazos de los que solo se ven en rancias fotos. Cuando todo parecía hecho, llegó la sorpresa mayor. A Morante le faltaba ponerse en serio con la mano izquierda, por donde el toro había protestado, y por ella se puso cuando y como mejor quiso. El encanto de la faena era su derroche de fantasía: muletazos como juegos de luces en la tarde de más cerrado cielo de todo el verano en Bilbao, sueltas y tomas del toro cuando menos se esperaba que brotaran a borbotones los malabarismos.
El natural, el molinete y el de pecho; el de las flores ligado con el natural y un recorte; y un final inesperado: una tanda de ayudados por alto cargando la suerte como si se fuera todo Morante detrás de los brazos, que templaron los viajes del toro como si lo hicieran levitar. Fue, por todo eso, un prodigio. Raro de ver. Hubo catarsis general: poder embaucador de esta clase de faenas sin fin. Sonó un aviso antes de haber montado Morante la espada. Entró delanterita una estocada letal. Y ahí habría cabido la gracia sevillana: esto no se puede aguantar. “¡No ze pué aguantá…!”  Pero se aguantó.

Y siguió la corrida porque quedaban dos toros, los dos únicos negros del envío. El quinto, hociquito de rata y degollado, embistió como los victorinos bravos y buenos: el morro por el suelo, los riñones como palanca, hasta el final el viaje; el sexto, todo lo contrario, no hizo más que meterse y pegar cornadas antes de llegar y al llegar, y morir de manso. Baldón de una corrida tan distinguida como esta de Cuvillo, que pondría de acuerdo seguramente a las dos sensibilidades taurinas de Bilbao: el viejo torismo y el torerismo nada nuevo. Manzanares no se enredó bien con el quinto, pero lo mató al encuentro con acierto, rodó el toro y hubo premio; a David Mora le pegó una cornada en los testículos el indómito y geniudo sexto.

Antes de que Morante se pusiera a jugar con la lámpara maravillosa, hubo media corrida muy viva. Morante toreó a compás al primero, que, de pura ansiedad, estuvo a punto de reventarse, pero se acabó aplomando; Manzanares no estuvo cómodo con la fiera codicia del segundo, que, venido arriba, no le dejaba colocarse. Al segundo intento lo hizo rodar patas arriba de estocada recibiendo. David Mora se fue a la distancia sin miedo con el tercero: estatuarios, toreo por las dos manos, un codilleo que abomba el pecho sobre el lomo del toro y le corta algo el viaje. De emoción el toro por su gota fiera; y la faena, por su arrojo. Torero nuevo en duro desafío. No se arredró.

Posdata para los íntimos.- Bendita sea la memoria de doña Casilda Iturriza, que legó a la villa los terrenos de un parque entre inglés, francés y japonés, con sus cedros, sus álamos, sus cuidados parterres y su propia luz. Y en él, o al lado, un museo, que no es el Guggenheim, pero donde se expone de la Colombia precolombina, digamos, una muestra que demuestra que el culto al becerro de oro no es cosa de ahora solamente. Había unos malabaristas polacos jugando con bolos blancos. Tenían dos perros de esos viejos y abandonados que no tiene más remedio que ser fieles o nada. Pero estarán hartos de los dueños. 

Y bendito sea Briñas el Bienhechor que levantó la Casa de Misericordia en las afueras de San Mamés, ya cerca de los viejos muelles del puerto. Las hortensias gigantes están quemadas por el tráfico de coches. El jardín de la Casa es un jardín de asilo y convento. La estatua de Briñas en piedra está bajo la sombra de un sauce. Hay una fuente con nenúfares y peces de colores. Dos o tres docenas de ancianos en sillas de ruedas con sus cuidadoras. Casi todas parecen emigrantes sudamericanas. En los bancos del jardín he visto tumbados a dos marginales. En el ensanche de Bilbao hay cientos de comercios y locales cerrados. La Casa de Misericordia es propietaria de la mitad de la plaza de toros. Y, luego, ha venido Morante y no sé ni cómo contarlo. Tenía al lado uno con un puro rechupado y no he podido acudir a lo de los aromas de Triana. Sino al puro estudio geométrico del poema. A contar los versos, a tratar de memorizarlos. Hasta mañana,


lunes, 22 de agosto de 2011

Toros de Alcurrucén para Bilbao

Alcurrucén fue la ganadería triunfadora de la Feria de 2010. Este año sus toros serán lidiados por Enrique Ponce, Iván Fandiño y Daniel Luque. La corrida será el Viernes 26 de Agosto. Aquí os dejo algunas fotografías de los toros que habían reseñados cuando pude visitar la finca.