viernes, 26 de agosto de 2011

Alternativa de Jiménez Fortes en una deslucida corrida de Jandilla

Crónica por Barquerito Torosdos

Después del gran espectáculo Cuvillo, una corrida de Jandilla de muy aparatosas cabezas pero manso fondo. Firme Talavante, sin chispa El Juli, ilusión de Fortes

 Foto: Suerte Matador

Bilbao, 24 ago. (COLPISA, Barquerito)

Miércoles, 24 de agosto de 2011. Bilbao. 5ª de las Corridas Generales. Tres cuartos. Encapotado y oscuro. El lehendakari López y el alcalde de Bilbao, en uno de los palcos de honor.

Seis toros de Jandilla (Borja Domecq). Corrida de más cara que trapío: escalofriantemente afilada, pero no rematada. Cornalones tercero y cuarto. Los dos toros de mejor aire, primero y sexto, noblitos, no tuvieron fuelle ni apenas vida. Mansearon segundo, tercero y cuarto. Con un soplito agresivo, el quinto se movió sin entrega, y murió escarbando.

El Juli, de tabaco y oro, ovación y palmas. Alejandro Talavante, de azul celeste y oro, silencio tras un aviso y ovación tras dos avisos. Jiménez Fortes, que tomó la alternativa, de azul celeste y oro, saludos tras un aviso y ovación.

AMUSGADO, DORMIDO de partida, el toro de la alternativa de Saúl Jiménez Fortes se entregó en el caballo o se durmió en el peto como si el peto fuera un colchón. Bondad automática. Iba a ser el único toro de la corrida de Jandilla con cierto sonecito. Estaba pesado el suelo –recompuesto con parches de viruta- y al toro le costó navegar. Justas fuerzas, la boca abierta en jadeo. Hizo un quite por chicuelinas Saúl. Ni bueno ni malo ni propio ni impropio. 

Capote de airoso vuelo. Tres pares de banderillas y el toro andaba después de las tres carreras con la reserva justa. La ceremonia de alternativa no se atuvo a protocolo. Antes y no después de la cesión de trastos se abrazaron el padrino –El Juli- y Jiménez Fortes. En una barrera de sombra estaba Mary Fortes, novillera valiente de los 70, una pionera. La madre de Saúl. Para ella fue el brindis.

Y la faena del estreno. De más firmeza y encaje que brillo. De felpa parecía el toro, negro lustroso. Muchas voces en los cites, hasta que la música se interpuso a destiempo, gratuitamente. Cosa de correr la mano y templarse por abajo. De flojo, se revolvió el toro y desarmó a Saúl –la prenda fue  la espada, no la flámula-, agónico se tuvo de pie, a cuentagotas la marcha. Airosos muletazos finales a dos manos. Uno, enroscado, muy bonito. De torero de gusto. Dos pinchazos, una atravesada soltando el engaño, dos descabellos, un aviso y, sin embargo, una digna alternativa. En plaza mayor.

Montado, dos puntas finas, el segundo se estrelló al rematar de salida y a reclamo en un burladero. Cosas del repertorio de los mansos: mugir, dolerse, escarbar, recular, la cara arriba, blandearse en el caballo. Y después de esa blandura, un volatín entero y a pulso. Ni los garfios contaron. Sin fuelle, rebrincadito, el toro claudicó al primer viaje Dio entonces la impresión de que se había visto todo. Sólo por la mano derecha se medio venía el toro. En la media altura, amarrándolo, lo tuvo El Juli en muletazos cosidos de dos en dos. El cambiado de remate por la misma mano siempre y tras el giro listo. Muletazos de costadillo. Y de compromiso. Paja y no grano. La cara arriba, no animaba el toro. Sin mayor ilusión El Juli. Un pinchazo y, soltando el engaño, una estocada con vómito.

Descarado y astifino, el tercero, castaño, aparentaba más carnes que las del peso: 508 kilos. Toro de escarbar. Como casi toda la corrida. A la defensiva, protestando, topando. Firme Talavante, pero con la firmeza solo no bastaba. Se vino abajo el toro. Un pinchazo, una entera. Soltando el engaño como casi todo el mundo.

Ninguna fuerza el cuarto: trompicado, derrumbado, tocado, hundido. Mucha cara, ningún brío, las manos por delante, la boca abierta. Le escocieron las banderillas. Apoyos frágiles, se fue al suelo. Dos veces. Ni estaba en el engaño ni estaba en el torero; si hubiera tenido poder, habría arrollado. Se notó desalentado a El Juli, que se encontraba entre las diez mil almas que vieron en directo la brava corrida de Cuvillo del martes. Duro el contraste. Una estocada de gran habilidad y, a toro arrancado, un descabello.

Agujas góticas lucía el quinto. Dos varas por libre, soberbio un caballo de la cuadra de Bonijol que hizo la suerte solito, y eso no se había visto nunca. Se aplaudió al caballo por resistir sin montura ¡y sujetar al toro! Rabeo de mansito del toro, que atacaba a impulsos y obedecía pero sin meter la cara en serio. Ni los riñones. Valiente Talavante. Una tanda de sangre fría con la zurda, dos varetazos de banderillas y un palotazo de asta en la mejilla, y ni inmutarse. Pausas peripatéticas. Encaje rígido, cierto desorden pero no improvisación. De pronto, el toro a su aire. Se puso a llover mansamente. Mansa hasta la lluvia mansa en tarde cenicienta. Caída una estocada cobrada a engaño soltado. Tardó en doblar el toro, que, después de cruzar el ruedo entero como si fuera bravo, murió escarbando. Dos avisos por culpa de la agonía. Y por falta de recursos de Talavante.

Y el sexto, que tuvo mejor aire de salida que los otros cinco. Bonitos lances de Jiménez Fortes: buen vuelo, vertical empaque, toreo de brazos. Casi se lo lleva por delante el toro en un desplante en falso. Parecía que, pero no. Se le durmió en la muleta a Saúl uno de los brazos que acababan de templar viajes de capa; un desarme; no tenía inercia el toro, sí nobleza. Con paciencia y en tarde caliente, ¡quién sabe…! Una buena estocada: la mejor de la tarde.

Postdata para los íntimos.- Uno que era alcalde de Ceberio cuando las devastadoras inundaciones del 83 y un amigo suyo, que no era de Ceberio sino de Santurce, tienen todos los años la costumbre de organizar una comilona de camaradas. Ha sido hoy. En las retransmisiones en directo  de Radio Popular -la voz y el verbo de Manolo Rodríguez "Manolete"-, el de Santurce y yo hacáimos atrevidos comentarios y entrevistas, y aquel alcalde hacía entre toro y toro un resumen en vizcaíno (vascuence, euskera) para los vecinos de su pueblo y otros caseros amantes del toro en los montes de Vizcaya. Paquirri mataba los toros de Bilbao como yo no ve visto a nadie. Manolo Vázquez hizo una faena maravillosa.

La cita ha sido en el Zuloaga, un bistrot encantador de la Alameda de San Mamés, ya junto a General Concha: croquetas, gazpacho, vainas con foie y hongos, una crema de bonito, bacalao ¿a la vizcaína o a la francesa?, rabo de toro en hilachas con sus tres salsas y una tarta de queso con frutos del bosque (en Ceberio había mucha zarzamora) y un higo caramelizado. Vino de Piérola, honrada crianza. Y todos en paz.

Un fotógrafo de prensa que se tiñó el pelo de blanco para impresionar en la Universidad s sus alumnas de Imagen, unos parisinos de origen guipuzcoano que nacieron durante la Segunda Guerra, sus mujeres -las de todos-, una Begoña que prefiere a Mourinho y no a Guardiola, dos Javieres padre e hijo. Éramos muchos. Faltaba Luis García Campos, que está enfermo. Ya no van a los toros los de Radio Popular ni los de Ceberio ni los de Santurce ni los Javieres ni, por razones mayores, Luis García. Manolo Manolete nos dejó hace ya muchos años. Así que me sentí el último de Filipinas.

En el Parque de Amézola había hecho una cita con Marc Lavie y el segundo de sus hijos, que se llama  Benjamín, como algunos maestros: el sabio de Tudela, el sabio de Ejea, el pintor de Barrax. Y algún gran moralista anglosajón. En la mesa de al lado de la terraza del Amezola, casi enfrente del monumento a Bruard, estaba una pareja con una niña de cuatro años o así. Iban al mismo sitio que yo. Y le dice el padre: "Prométeme que no vas a llorar cuando maten al toro". Y entonces casi se echa a llorar la niña. Y dice la madre: "¡Si no los matan de verdad! Hacen como que los matan, pero luego se los llevan a la enfermería y... ¡hale!". Y la niña, tan contenta. Iba a los toros dando saltos y y dando gritos. "A los toros, a los toros..." Como yo. Pero, luego, ha salido la corrida de Jandilla y... ¡qué quieres que te diga!

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