Crónica por Barquerito Torosdos
LA FAENA MAS DIFÍCIL DE LA FERIA
De Diego Urdiales con un quinto de Victorino reservón y agarrado al piso. Valor, inteligencia, temple y delicadeza del torero de Arnedo, que no remata con la espada
Foto: Aplausos. Javier Arroyo
Bilbao, 28 ago. (COLPISA, Barquerito)
Domingo, 28 de agosto de 2011. Bilbao. 9ª de las Corridas Generales.
Seis toros de Victorino Martín. De hechuras y condición variadas. Buenos y bravos tercero y cuarto. El sexto gateó pero rompió con son por abajo. Incierto el segundo, que protestó. Difícil por reservón el quinto. Deslucido un primero fuera de tipo.
Juan José Padilla, de tabaco y oro, silencio y una oreja. Diego Urdiales, de grana y oro, silencio y vuelta tras un aviso. Luis Bolívar, de verde manzana y oro, oreja y ovación tras un aviso.
Se rompió una costumbre y la corrida de Victorino fue toda cuatreña. No saltó esta vez ese esdrújulo cinqueño asaltillado que suele dejar marcadas las corridas de Victorino. Para bien muchas veces. Pero no todas. Tampoco la alimaña pendenciera que deleita y asusta a los catatoros. El toro alimaña ha ido desapareciendo del catálogo como especie en peligro de extinción. La antigua distancia entre una corrida de Victorino y las demás se ha ido trocando en diferencia más que distancia propiamente. La última prueba de Bilbao –en juego, corridas tan notables como las de Cuvillo, Alcurrucén y Moisés Fraile- lo confirma.
Como era previsible, la corrida de Victorino tuvo personalidad y carácter suficientes como para preservar las diferencias. El segundo, que derribó a un picador sorprendido en ventaja, y se vino en oleaditas, fue el toro más incierto de la semana: tardo, gazapón, revoltoso, muy mirón, el freno echado, la vista por encima de los engaños, de violento fondo, lo distraía el olor de sangre de una banderilla caída en el suelo. Lo más parecido a una alimaña, pero lejos de serlo. Bien rematado, elástico, bello ese toro de seca guasa. No era sencillo estarse con él. Se estuvo tranquilo y dueño Diego Urdiales, que empezó toreando tapado y contrario, intentó estirarse pero no consintió el toro y abrevió con una buena versión del toreo de pitón a pitón rematada con un desplante. Torería.
Capricho fue echarse por delante los toros de más cara de cada lote. El primero de Padilla, que desigualaba por arriba una corrida muy variada, muy alto y sacudido, dio los 580 kilos de báscula, pero fue de darse poco: eje en las manos, reculadas, miradas al callejón, encogido sin romper ni defenderse tampoco. Listo y por eso no se encelaba. Padilla lo despachó con relativa facilidad, lo banderilleó como el que lava y, después de un pinchazo en hueso, cobró, la mano por delante, una estocada contraria. Un molinete de recurso y no vicario fue la guinda de la faena.
El tercero, cárdeno degollado, abierto de cuerna, finísimas las mazorcas y puntas –toro, probablemente, enfundado- hizo la salida viva y fiera clásica del saltillo de la casa. No respetaba semáforos. Bolívar acertó a cortarlo cuando iba a correrse hasta un caballo. Fue el de mejor son de los seis: quiso por las dos manos, humilló como los buenos, repitió sin recelo y, siendo bravo, dejaba estar. Y, ¡ay!, se pegó sus escarbaditas. Bolívar anduvo seguro y sin esconderse. La lógica pedía ligar dos o tres, y abrochar con el de pecho o el cambiado. Bolívar prefirió las tandas largas, de cuatro, pero sin ligar entonces. Así que la intensidad fue intermitente. Y hubo pausas de más. Una estocada sin puntilla y con vómito.
Aplaudieron en el arrastre al toro. Y al cuarto, que fue igual de bueno; y al quinto, que, reservón y agarrado al piso, fue tela marinera. Encastado y difícil. Los riesgos que corrió con él Diego Urdiales fueron más que notorios, porque, alta la cara, inquieto, duro de manos y casi tan mirón como el segundo, el toro lo puso muy caro. Fue, entonces, la faena más difícil de la semana.
Conmovedor el encaje del torero de Arnedo. Ni un renuncio, ni una duda. Y, además del encaje en zona de peligro, limpieza para sacar los brazos y, sin tirones, templarse con regusto en viajes muy difíciles, y ligar en el sitio. Fue, siquiera eso, toro agradecido este quinto, que sentiría, como todo el mundo, los méritos de la faena: su paciencia severa, su lindo dibujo. Espléndido el momento en que Diego ligó el natural con el de pecho; y una tanda en redondo ajustadísima y rimada; un cambio de mano, y el toro, que le había tirado ya dos hachazos sin llegarle, protestó; un desplante de verdad, de orgullo legítimo; una igualada costosa; y, en fin, a plaza volcada, un pinchazo que patina sobre un hierro, Diego que sale con la taleguilla en jirón entre la ingle y la banda de bordados, otro pinchazo, una gran estocada letal; y voló el premio mayor. Aclamada vuelta al ruedo. Contó un detalle mayor: a la verónica le había pegado Diego al toro en el recibo cinco lances de alta escuela y media perfecta.
Padilla anduvo a placer más o menos con el cuarto, pero sin meterse nunca del todo con él. Para toros agradecidos, éste, sangrado en tres puyazos dosificados, pero tres puyazos al cabo, no tan claro en banderillas y, en cambio, pronto y ligero en la muleta, que Padilla puso de señuelo. No siempre picaba el pez. Otra estocada, petición muy raspadita, la gente de Padilla feliz, regaloso el palco y una vuelta al ruedo como las de los legionarios romanos después de campaña. Padilla le regaló la oreja a uno de los carpinteros, le pegó un abrazo de estrujarlo, se llegó a la boca de riego en una carrera de tijerazos, agarró el puñadito de tierra, lo besó como si fuera un clavel y se llevó la mano al corazón: “Te quiero, Bilbao, te quiero…”
Estrechas sienes y amplias palas, el sexto hizo intención de saltar, se coló en apretones por las dos manos, se perdió dos veces antes de llegar a engaño, escarbó y, después de mucho trajín, rompió a bueno. ¡Cosas veredes…! El toro sorpresa: ahora encontró Bolívar recursos de experto –se hizo torero en casa de Victorino y se nota- para ganar y perder pasos a punto, para a punto enganchar y soltar, irse cuando se le revolvía, obligarlo cuando el toro intentaba gatear. Fue muy entretenido. Parecía un tentadero y no una faena. Buen espectáculo: el de ver cómo rompe un toro que parecía que no. Y se entrega. Largo negocio. Faltó redondear.
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