FRESCURA DE LUQUE, FINURA DE PONCE
Y garra de David Mora con una notable corrida de Alcurrucén. Seis hermosos toros, cinco de ellos de ramas distintas, pero embistieron los seis. De distinta manera
Bilbao, 26 ago. (COLPISA, Barquerito)
Viernes, 26 de agosto de 2011. Bilbao. 7ª de las Corridas Generales. Tres cuartos de plaza. Soleado, ventoso, fresquito.
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). De hermosas y variadas hechuras, astifinos pero no descarados. Corrida pronta, noble, de buena condición. Se emplearon los seis. En son bondadoso primero y tercero; pastueño el cuarto. El segundo, más listo, se frenaba; con aire de cinqueño el quinto, que tenía esa edad; aunque escarbó y reculó, embistió por derecho el sexto. Todo aplaudidos en el arrastre.
Enrique Ponce, de celeste y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso. David Mora, que sustituyó a Iván Fandiño, de celeste y oro, una oreja y saludos tras un aviso. Daniel Luque, de escarlata y oro, vuelta tras un aviso y ovación tras un aviso.
CASTAÑO, BERRENDO, astifino, armónico, el primero de los seis alcurrucenes fue buen toro. Trotecito frío de salida, a punto de emplazarse. Se picó solo, quitó David Mora por chicuelinas. Transparente, se cantó del todo en banderillas la seña del toro: su bondad suave, su fijeza.
Toro tranquilo. Y tranquilo Ponce, que, hizo las comprobaciones de rigor, y sin quemarse la lengua, metió en la cazuela la cuchara. Faena sin sorpresas ni alegrías ni tristezas, ni apuros, ni picante ni electricidad: el toro en la mano, más pausas de lo debido –iba a caer un aviso por eso-, intentos de torear en circular, la mano baja, la derecha sí, apenas la izquierda, muy abiertos los cambiados de remate, el molinete de apertura, un desarme, un exceso de gestos, dos pinchazos en la suerte contraria y media. Y el aviso.
Sólo un toro negro vino en esta corrida de Alcurrucén. Un segundo corto de cuello y manos, apuntados los afilados cuernos, pechugón pero ágil, elástico, pronto, combativo. Salió al ataque, no dejó a David Mora estirarse con el capote a gusto. En los medios esperó en banderillas con aire incierto porque en ese terreno no se empleaba el toro y, cuando se cerró a las rayas, y en paralelo a tablas, quiso con más franqueza. Buena apertura de faena: poderosos muletazos de rico dibujo, ideas rápidas, ritmo. Repicaban las embestidas; por la mano izquierda se arrepentía o detenía el toro, se daba mejor por la derecha. Codilleo de Mora, algún enganchón, espléndidos pases de pecho, encaje de verdad, ambición. Tuvo emoción la cosa. Una estocada soltando el engaño. Soltando el engaño no valía en Bilbao. Otra época. Una oreja.
Berrendo en castaño, calcetero y lucero, era buen cromo el tercero. La cara arriba en el caballo. Luque quitó por delantales y brindó a la gente. Toro con pies, pronto. No hubo que llamar dos veces a ninguno, salvo al sexto. Manos a la obra Luque en faena de fácil resolución. Viento: costaba sacar limpia la muleta. Por arriba y por abajo. Y más fuera de las rayas que dentro de ellas y al abrigo de tablas. Para todo encontró Luque solución. Puro desparpajo, cajón de recursos, hilos enredados y sueltos. Una estupenda tanda en redondo, descargada la figura, caídos los brazos; de uno en uno y con la izquierda los cartuchos de pescado; largos remates de pecho; cambios de terrenos, distancia y mano a capricho; un bazar. Sobrado, pero trabajando de más. Iba a ser tarde de cinco avisos, y casi dos horas y media. Sin razón alguna. Dos pinchazos y un descabello. Vuelta al ruedo por libre. No hacía falta.
Muy bonito el cuarto: remangado pero acucharado, serio pero cómodo. Castaño, perfecta lámina. El de más bondad de la corrida. Ponce lo molió a capotazos de doma: dosis masivas de lances, dos puyazos y, cuando estaba requetecambiado el tercio, un quite desafiante de David Mora por gaoneras. De gran ajuste. Donde estaban posados los papelitos que echan los mozos de espada para medir el sentido del viento, ahí faenó Ponce. Sin salirse de las rayas. Descolgado desde el primer viaje, el toro escarbó un par de veces, pero, al mimo del engaño ancho y ligero de Ponce, a toques suaves, se dejó mecer y traer como de la mano misma. Pausas y paseos entre tandas. Un ensayo de toreo ortopédico -¿poncinas, poncianas…?-, de espaldas y en despatarre impropio, toreo en circular por una mano y otra, postres cuando ya no quedaba más toro que el gato, el compás de un par de cambios de mano por delante, la doma a engaño blandido. Y, soltando el engaño, una estocada ladeada.
El hondo quinto fue más toro que los demás. Un año más tenía. Se empotró en el caballo de pica, había apretado de salida, era duro. La apertura de faena de Mora fue espléndida, clásica, sin red: en madeja, seis, siete muletazos cambiados por abajo, de romper al toro y poderle. Y, luego, un trabajo más repensado. Con alardes: cites de largo aguantados, sangre fría para aguantar miradas del toro, que le descubría cuando estaba mal colocado, cierto aparato para llegar al pitón contrario, paciencia. Se quedó el toro dentro algunas cosas. Y ahora no entró la espada.
De toda su frescura natural volvió a hacer exhibición Daniel Luque con el sexto, que reculó y escarbó pero no de manso, sino de pura remolonería. Aunque para entonces pesaban las dos horas y pico de corrida, fue de interés el juego de Luque, su listeza para tocar al toro y dormirlo pero en terrenos donde llevaba la ventaja el toro. Tragón Daniel. Templado en roscas sacadas a tenaza, buen gobierno. Y una estocada tendidísima al cabo de casi diez minutos.
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