miércoles, 13 de febrero de 2013

A quien le dé miedo de los toros, que no sea torero

Si daña a la fiesta de toros la insinceridad, no la daña menos el conformismo. Llamaremos conformismo a esa falta de interés por que las cosas se hagan bien; a esa aceptación  de hechos consumados, sin reacciones que obliguen a la enmienda; a esa entrega dócil al abuso y el engaño; a la renuncia fiscal que se observa en sectores que pueden ser decisivos.

Tranquilizan su afición los conformistas diciendo que es achaque antiguo, que siempre pasó lo mismo; sin analizar si es verdad que pasaba lo mismo y cómo pasaba, y si se dejaba pasar mansamente. Antiguo es el delito, y no lo admitimos por antiguo, ni aceptamos al delincuente, sino que le oponemos un código defensivo. Antiguo es el pecado, contra el que luchamos con la penitencia. La antigüedad del mal no justifica su resignada aceptación. Pero analicemos eso de que siempre pasó lo mismo. Que el abuso estuvo siempre en acecho - como delito-, es cierto. Que se aceptó el abuso se le opuso siempre el dique de la disconformidad y de la protesta en todos los tonos.
 
 
Al intento de abuso se contestó enérgicamente con el disgusto, con la denuncia de los aficionados y de los periódicos, de lo que hay constancia copiosa en la Prensa profesional y en los diarios políticos, en documentos dirigidos a los gobernadores, en proclamas como aquella "Aficionados, a defenderse" con más de tres mil firmas. No, no había conformidad, ni tolerancia, ni pasividad ante el abuso, tolerado hoy como irremediable y defendido por algunos interesados, como malicia de achaque antiguo. El que quiera documentarse y no tenga tiempo de consultar bibliotecas y hemerotecas, que el Doctrinal Taurómaco, de Hache, amplio volumen dedicado casi exclusivamente, con machaconería, a recoger protestas y campañas con sus fechas, firmas y gestiones, que salen al paso de abusos y aun de supuestos abusos, porque a veces los dedos se le hacen huéspedes al malhumorado Hache, lo que refuerza nuestro argumento y corrobora más el clima de suspicacia y disconformidad que vigilaba la fiesta de toros.

Cito este libro como recopilación de protestas constantes y reiteradas, que si es indicio de abusos, es más indicio de disconformidad que mantiene despierta a la afición, y esto es lo importante del volumen, y esto es lo que queremos reflejar y esto es lo que falta contra los abusos de hoy, los mayores abusos de todas las épocas del toreo, con la mutilación del toro.

Aquel clima daba su fruto. Los presidentes de las corridas no se limitaban a asistir al reconocimiento de los toros y recibir el parte de los veterinarios, sino que, después de las corridas, se tomaban la molestia de bajar desde su alto sitial al desolladero a ver las bocas de los toros y comprobar, por comparación con unas bocas disecadas, la edad de cada toro. Porque ahora que tanto parece preocuparnos el peso de los toros, y las multas a la falta de peso, no tenemos en cuenta la edad del toro, que es lo más importante, lo básico, lo que define al toro, lo que le diferencia fundamentalmente del novillo, aparte, naturalmente, de los cuernos rotos por accidente o por arreglo intencionado, que los incluye reglamentariamente en desecho de cerrado, inservibles para corridas de toros. Pero como está a la vista, no hay que comprobarlo, sino aplicar el reglamento. Lo de la edad necesita una inspección con el toro muerto, porque vivo, no se le puede abrir la boca como al burro de la feria. Aquella sospecha  de abuso, aquella denuncia de la afición, obligaba a los presidentes a bajar al desolladero, para garantía y tranquilidad de todos, incluso de los ganaderos escrupulosos. 

Para que el toro vuelva, basta con cumplir el reglamento, que es el código del toreo. No hay por qué buscarse quebraderos de cabeza. Todo está escrito y previsto. Toros limpios, con edad, libras y trapío: corrida de toros. 

El que no tenga toros que no lidie corridas de toros. Al que le dé miedo de los toros, que no sea torero.

Libro Tauromaquia. Gregorio Corrochano.
 

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