No hace falta que nos escriba nuestros colaboradores Chatino, ni Tragabuches ni Desperdicios para comentar la penosa Feria de San Isidro que hemos vivido este año. Ni tampoco que nos cuenten la pobre situación con la que se encuentran numerosas ganaderías de bravo. Ni que nos recuerden como esta montado el sistema taurino, donde las figuras se creen figuras, y entre estas y los taurinos hacen y deshacen a su gusto, mientras el aficionado que paga es marginado.
"La decadencia de la casta es la madre del cordero, la raíz de todos los
problemas. Los que acuden ocasionalmente a la Plaza preguntan,
ingenuamente: ¿por qué se eligen estos toros, que impiden el triunfo? Se
resume en una cadena muy clara: el número de aficionados cada vez es
menor".
Esos toreros exigen elegir la ganadería que van a torear. Buscan,
lógicamente, el que propicie su triunfo. Pero eso ha derivado en la
comodidad: un tipo de toro que no moleste demasiado; que, si sale bueno,
facilite el éxito; y, si sale malo, no cree muchos problemas... Por su
parte, los ganaderos necesitan vender sus productos, cuya crianza les ha
supuesto un gasto importante; si no, se arruinarían... Y los
empresarios compran los toros que los toreros quieren, para que accedan a
torear en una Plaza incómoda, para ellos, como es Las Ventas... El
círculo se ha cerrado. No mandan en la Fiesta los ganaderos ni los
empresarios sino los toreros famosos; o, mejor, sus apoderados.
La decadencia general de la casta brava es un hecho indudable y
lamentable. Desde hace años, se ha seguido un camino equivocado: buscar
el toro suave, dócil, manejable, en vez del bravo, fiero, poderoso, que
ha sido siempre la base de esta Fiesta, lo que le da su grandeza heroica.
Se ha buscado la «toreabilidad» del toro. ¿Cómo puede ser esa
cursilería? Nunca he oído hablar de la «jamoneidad» del jamón: todos son
jamones, buenos o malos. Hay que buscar toros bravos, nada más.
Toda la vida, torear en Madrid ha supuesto un trago duro: «En Madrid, que atoree San Isidro»,
sentenció El Guerra. Pero eso es lo que ha dado siempre categoría (y
dinero) a las figuras. Actuar en las grandes Ferias (Madrid, Sevilla,
Bilbao, Valencia, Pamplona) suponía una obligación. Además, el público
exigía que mostraran su maestría con toros de ganaderías presuntamente
«duras», junto a otros, menos exigentes.
Las
figuras exigen no salirse de un reducidísimo grupo de ganaderías: Núñez
del Cuvillo, Victoriano del Río, Juan Pedro Domecq, Garcigrande,
Zalduendo... El predominio del «monoencaste» Domecq es abrumador.
Manolete,
máxima figura, acepta torear miuras en Linares. En 1942, Antonio
Bienvenida toma la alternativa en Madrid, con toros de Miura,
de manos de su hermano Pepe; al inutilizarse, se niegan a matar reses
de otra divisa y pasan a la cárcel. (Comentario obvio: ¿qué figura de
hoy iría a la cárcel por empeñarse en matar toros de Miura?). Luis
Miguel y Ordóñez matan con frecuencia toros de Conde de la Corte, de
Pablo Romero, de Palha. Paco Camino tiene predilección por los de
encaste Santa Coloma...
Juan Belmonte.
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