lunes, 23 de agosto de 2010

Crónica de Bilbao 2ª de las Corridas Generales

Bilbao. Crónica de Barquerito. Torosdos.com

Sergio Aguilar gravemente herido.

Un astifino toro de Alcurrucén le atraviesa con el pitón la mandíbula. Antes le había pegado una cornada en un muslo. Triunfo de Bolívar con un toro bueno de Alcurrucén.

Bilbao, 22 ago. (COLPISA, Barquerito)

Bilbao. 2ª de las Corridas Generales. Menos de media plaza. Nublado.
Seis toros de Alcurrucén (Pablo, Eduardo y José Luis Lozano). Corrida en tipo, muy astifina y bien rematada. Agresivos los tres primeros; de son suave el quinto, muy aplaudido; flojo y dócil el cuarto; bravo un sexto de raro estilo, ovacionado en el arrastre.

Antonio Barrera, de azul marino y oro, silencio en los dos. Sergio Aguilar, de añil y oro, herido por su primero. Una cornada de 15 centímetros en el muslo derecho que no afectó vasos y sólo produjo lesiones musculares. Y otra, sin pronóstico preciso, en la boca, con orificio de entrada de tres centímetros que atravesó el maxilar y afectó a lengua y paladar. Tuvo que retirarse a la enfermería. Recogió uno de sus banderilleros, Víctor Hugo, una ovación desde el tercio. Luís Bolívar, de azul turquí y oro, ovación tras un aviso, una oreja y vuelta tras un aviso.

Abrió un toro melocotón y calcetoro que, frío de salida, se blandeó en el caballo con genio, cobró de verdad en tres varas y salió del combate sangrado, dolido e indispuesto. "¡Sacamentecas!", le espetó al picador de turno un paisano de una grada. Los puyazos no sirvieron para domar al toro, que fue de una electricidad formidable. Embestidas de bólido, descompuestas, ráfagas de metralla. No le dio tregua a Barrera, lo desarmó dos veces, lo tuvo encañonado otras tantas. Cuando Barrera le levantó la mano, se le metió por debajo de los vuelos. Contará al cabo de la semana como uno de los más difíciles de la feria. Listo, agresivo, pendenciero, muy armado y con pies. Un pinchazo y estocada.

Retinto de amplia cofia y generoso trapío, el segundo fue de partida corretón y, enseguida de pasos felinos. Protestó en el caballo y zurció a cornadas un peto blindado en una primera vara, que fue de las de bajar humos y dejar suave. Sergio Aguilar dejó que el toro tomara un segundo puyazo al relance. Bolívar salió a quitar por saltilleras o valencianas y, fiado del toro, Aguilar brindó al público. Muy decidido el arranque, bien sujeto Sergio, que por la mano derecha se encajó, ajustó y acopló. Toques y no enganches, algo suelto de engaño el toro, que quiso menos en una segunda tanda tan firme como la primera pero de no tanta inercia. Se pidió música. El palco esperó a ver al torero con la mano izquierda.

Una prueba sin éxito y, al primer intento en serio, zarpazo del toro que, en un gancho, se le vino a Sergio a la pierna, lo levantó con una facilidad increíble y lo hirió certero mientras se lo echaba literalmente a los lomos. Sobre ellos cayó Sergio como si lo hiciera en blando. Los que ven las corridas con prismáticos dieron el primer parte. "Va herido". Pero Sergio es de los que no se inmutan. Ni un gesto. Ni mirarse la taleguilla ni el boquete que le acababa de abrir el toro.

Impávido, volvió sin demora a ponerse por la misma mano de la cogida. No venía metido el toro y en un segundo derrote a mitad de suerte le pegó a Sergio un pitonazo en el cuello como un navajazo. y ahora la sangre le brotó profusamente por el cuello. Ni entonces perdió Aguilar la compostura ni los nervios, pero las asistencias se lo llevaron a la enfermería. No hubo manera de resistirse. Sólo quedaba esperar noticias que tardaron en llegar y fueron dentro de lo que cabe, un alivio. Por trayectoria - entrada del pitón por el maxilar, penetración hasta el paladar - la cornada recordó no poco la terrible que sufrió Aparicio en mayo en Madrid. En la enfermería el torero al menos hablaba. La herida de la pierna, de 15 centímetros, pero limpia, según suele decirse, había dejado de importar.

La cornada le dio al ambiente un giro sentimental. Se valoró más el riesgo. Y el acento agresivo que traía la corrida: el primero de los seis, el segundo y un tercero que, siendo de otra manera salió lo suficientemente incierto como para que la gente se asustara. Un toro acapachado y bizco a la vez, de anchas mazorcas, un punto cariavacado. Calambrazos cuando arreaba, casi tanta velocidad como el primero de Barrera, distracciones pero de estar pendiente de todo lo que se moviera u oyera. La antena puesta.
El arranque de faena de Bolívar -cinco muletazos de ganar pasos, tres de ellos cambiados y por abajo hasta terminar en los medios, fue espléndido. Si todo se hubiera mantenido en ese aire de poder al toro y ganarle por la mano, -la faena habría sido seguramente una fiesta. Pero Bolívar quiso hacer los honores clásicos. Y eso costó, porque el toro no se entregó nunca en más de dos viajes seguidos, quería más tablas que otra cosa, y eso no lo entendió Bolívar. Hubo pausas y cierto desajuste. Acabó escarbando el toro. Una estocada en el rincón, un aviso.

La segunda mitad de corrida salió mucho más templada que la primera, astifina pero no tan ofensiva y hasta agradable. El cuarto, imponente pavo -los tres toros soltados de pares fueron de pinta retinta- echó las manos por delante, le hizo un regate sospechoso a Paco Peña, que lo lidiaba, y se apagó después de dos varas. No anduvo Barrera ni en precario ni aperreado. Una porfía. Falto de fuerza, pero con fijeza, el toro se puso tardo. Un pinchazo y una estocada sin puntilla.

Barrera había despachado de buena estocada al toro que hirió Aguilar y Bolívar se las vio, por tanto con los dos últimos de la tarde. El quinto fue el más bondadoso de los seis; el sexto, el de más bravo fondo. Sólo que este sexto, ensillado, montado, largo y elástico, no terminó de romper pese a meter la cara. El quinto fue pastueño. Bolívar anduvo firme con los dos. Pausas excesivas le rompieron el ritmo a la faena del quinto abierta con esa variante de la fórmula del perfil a pies juntos que son los pases cambiados por la espalda. Muletazos limpios y cosidos, pero por las afueras. Una resuelta tanda con la izquierda. Y, sobre todo, una magnífica estocada. Con ella vino la primera oreja de la Semana Grande.

El sexto tardó en descolgar porque se engallaba de natural, y estaba ensilladísimo, y sun embargo, lo acabó haciendo. Esperó en banderillas como apalancado y se afligió uno de los banderilleros de Bolívar porque para entonces pesaba no poco la imagen de la cornada de Aguilar. Costó, además, atreverse con el toro, que vino en serio siempre que vino, pero no se empleaba así como así. Había que convencerlo. EL ten con ten fue tenso, la tensión se encareció con el carácter del toro y, como Bolívar se tuvo bien y se descaró, la gente vibró. Pese a pausas de nuevo exageradas. Y a que la corrida se habia pasado de tiempo. Ya iban más de dos horas de festejo. Ni un segundo siquiera pudo verse el sol.

Crónica de Barquerito en la página web torosdos.com.

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