viernes, 24 de agosto de 2012

"Público, palco y toros de dulce"

Crónica de Barquerito. Torosdos

Notable y bella corrida de Jandilla con dos toros -tercero y sexto- de excelente nota. Gentil lluvia de orejas: dos para dos faenas de Fandiño, una para David Mora.

Bilbao 22 ago. (COLPISA, Barquerito.

Miércoles, 22 de agosto de 2012. Bilbao. 5ª de las Corridas Generales. Nubes y claros, templado. Casi media plaza. El lehendakari López, en el palco del Gobierno Vasco.

Seis toros de Jandilla (Borja Domecq. Hermosa y pareja corrida, astifina pero armónica, de mucha bondad. tercero y sexto, de aire bravo, fueron toros de muy buena nota.

El Cid, de carmín y oro, silencio y saludos tras un aviso. Iván Fandiño de rosa y oro, una oreja en cada toros. David Mora, de escarlata y oro, una oreja y ovación.

la nobleza y la prontitud fueron notas sobresalientes de una hermosa, pareja y bien cortada corrida de Jandilla. Negros y afilados los seis toros, en tipo, sin carnes de más, astifinos pero recogidos. No salió ni el cornalón ni descarado. Más estrechos que anchos, largos, bien rematados. Se dice que las hechuras son infalibles. Por hechuras tenían que embestir los seis del envío. Y casi los seis. 

Justísimo de fuerza, tambaleante, el quinto, que llegó a derrumbarse, fue de mírame y no me toques, pero hasta ése quiso tomar sin resistencia engaño desde la primera baza y lo tomó. Los hubo mejores y buenos. tercero y sexto, los del lote de David Mora, fueron los de más alta nota porque los dos respiraron de bravo. El sexto romaneó con estilo mayor en la primera de dos varas y fue particularmente codicioso. El tercero tuvo lo que don Álvaro Domecq llamó en sus escritos "temple". Temple de toro, que es ritmo puro al embestir: todas las embestidas al mismo compás.

El primero, que salió, doliéndose de la divisa, fue muy llorón y blando -llorar es mugir, y dolerse es blandear- y, visto el conjunto, acabó contando como garbanzo negro. Negro o gris, pero no amargo, porque fue toro previsible. antes de irse con la mirada en busca de las tablas -que es en jerga de ganaderos querer "rajarse"-, ya se había venido soltando de engaños y volviendo grupas o al revés. Pues también fue bondadoso ese toro, que salió tronchado de una primera vara demasiado severa. La primera vara de Bilbao no será tan lesiva como lo son por norma en Pamplona o Madrid, pero por ahí se le anda.

El segundo de la tarde escarbó antes y después de varas, se fue por su cuenta al caballo y se empotró con él empujando a querencia, esperó en banderillas un poquito y, aunque rebrincándose a veces, tuvo el honor de abrir el desfile de toros buenos. Con mucha menos música que tercero o sexto. Sin la liviandad del quinto, que de tan bueno pecó de inofensivo; y sin la pujanza del cuarto, que fue el más nervioso de todos y el único al que pudo verse echar la cara arriba alguna vez aunque rara vez.

Sumados ritmo, son bondad y fijeza, la corrida salió de dulce, pero no empalagosa, porque de eso justamente no hubo. Las señas bravas tan generosas de tercero y sexto aportaron al promedio del conjunto un sello distintivo: la calidad. No solo el buen sabor de boca dejado. Sino algo más.

La corrida, por un lado. y de dulce el público de Bilbao, que lo aplaudió todo sin peros ni pegas. Una protesta mínima por la concesión de la oreja del quinto a Fandiño; de los mismos que habían protestando el toro por claudicar y amenazar derribo, un todo vale de apabullante cortesía que para todo dio. El Cid puso empeño en su segundo turno, con el toro que , la cara arriba, le llegó a desarmar, mató a  la cuarta -y perdiendo y soltandoel engaño en dos de los intentos, sonó un aviso y, sin embargo, arrastrando el toro, lo hicieron salir a saludar a la boca del burladero. Se estuvo resistiendo El Cid pero no tuvo más remedio.

En una corrida donde debió de batirse la marca de muletazos -¿doscientos y pico? -habría que reconocer los muletazos de encaje y composición más ricos, sin contar tres o cuatro de pecho de Fandiño a suerte cargada, fueron los de un manojito en redondo y por abajo que El Cid, dormido el brazo, le pegó al cuarto. El Cid tuvo, además, el gesto de recoger el guanto arrojado un toro antes por David Mora, que abrió faena del tercero con un cite de largo desde el mismo platillo, y el toro vino como una locomotora. El Cid haría por eso lo mismo en su segunda baza. Para entonces se llevaban premiadas con orejas sendas faenas de Fandiño y el propio David. Estímulo para El Cidm que lo vio claro pero no contaba con que el cuarto iba a ser el único toro ligeramente imprevisible de una corrida tan de fiar.

Tal vez por ser tan previsibles los dos toros del lote de Fandiño pecaron las faenas de monótonas. tandas de cuatro y el de abrochar, y la pausa con paseo. Estuvo firme y seguro el torero de Orduña, que no se permitió la mínima variación. Ocho tandas y las ocho idénticas. Y una estocada desprendida. La casta afloró, se llegó a levantar el toro. La del quinto fue de sujetar la dócil embestida tan frágil del toro, que no pudo ni llegar a suerte por la mano izquierda porque perdía las manos al estirarse. Eso obligó a Fandiño a salirse de guión. La cosa estaba caída cuando Fandiño se arrancó antes de montar la espada con una tanda de muletazos por alto a pies juntos. ¿Bernardinas? ¡No! Joaquín Bernadó patentó un muletazo que, dentro de ese género, era exquisito y, siendo de ajuste obligado, no dejaba ni mota de sangre en la chaquetilla. Con la espada se atracó Fandiño.

Tanto Fandiño como El Cid usaron la capa en lances de recibir y lidiar, sin apenas estirarse, y, en cambio, Mora hizo el gasto: dos largas cambiadas al tercero, un quite por chicuelinas de costadillo a ese toro y un intento en serio a la verónica con el sexto y de salida. Lances rápidos -de muchos pies el toro, arrebatado en los primeros ataques- y dos medias revoladas y recogido el capote en el ombligo. Vertical y a pies juntos. Rumbosa pero desigual la faena de Mora al bravo tercero, que por bravo le hizo perder pasos por la mano izquierda. Más constante el ritmo que redondos los logros. Vibrante. El toro fue de los de enganchar y llevar, y no de los de tocar y soltar. Una estocada. Muy parecido el aire de la otra faena, de menos gancho que la primera, no sencilla porque el toro era de obligación y no de devoción. El palco hizo trabajar a los músicos casi a destajo. Dos vueltas para cada uno de los cinco pasodobles de las cinco faenas musicadas. Un exceso. 

Foto de Emilio Méndez.

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