Un año más realizaremos un seguimiento especial a la Feria Aste Nagusia de Bilbao con las crónicas de Barquerito.
Crónica de Barquerito. http://www.torosdos.com/index.php?option=com_content&view=article&id=4391:bilbao-cronica-de-barquerito-qseis-toros-muy-astifinosq&catid=3:cronicas&Itemid=4
Corrida de condición y juego desiguales de La Quinta. Seguro y capaz Antonio Ferrera. Garbo de Morenito de Aranda con un buen sexto. Discreto Gallo en su vuelta a Bilbao.
Bilbao, 19 de Agosto. (COLPISA, Barquerito).
Domingo, 19 de agosto de 2012. Bilbao. 2ª de las Corridas Generales. Un cuarto de plaza. Soleado, templado. Excelente la banda de música.
Seis toros de La Quinta
(Álvaro Martínez Conradi). En tipo, muy astifinos, de general nobleza y
distinta condición. Primero, cuarto y sexto tuvieron bondad. Revirado
un quinto listo. Manejable el segundo; apagado el tercero.
Antonio Ferrera, de negro y oro, saludos en los dos. Eduardo Gallo, de azul pavo y oro, ovación y silencio. Morenito de Aranda, de azul prusia y oro, silencio y ovación tras un aviso.
LA
CORRIDA DE La Quinta fue preciosa. Armada, pero no descarada. Y muy
astifina: las astas pálidas, los pitones negros, buidos, brillantes. En
peso los seis, incluido un sexto que pasó con sus 570 kilos muy por
encima del promedio de 520. Hubo toros particularmente bellos: un
segundo casi entrepelado y de bravo aire; un cuarto cárdeno tan malva
que se transparentaba, y casi ensabanado el tronco, careto –blanca la
pinta de la faz, como merengue o polvorón-, rabicano, coletero, lustroso
a pesar de ser de pinta clara, listón, bragado. Un poema. El toro de
más carnes, el sexto, fue el único de basto remate, pero el que mejor
descolgó y el de más largos viajes.
El
quinto, de capa muy parecida a la del cuarto, no fue tan de cromo. No
solo eso: sino que esos dos salieron de condición muy distinta. Noble el
cuarto; listo y un punto avieso el quinto, que fue, por cierto, muy
badanudo. Hubo un solo toro cinqueño –el tercero de corrida- y se dio
aire diferente a los otros cinco: más rizado el testuz, más ancha la
cuna. Bajos de agujas los seis, pero sin ser cortos de manos. En el tipo
de Santa Coloma estuvo la corrida. El primero y el sexto, más en la
línea predominante de Ibarra, que da un toro de más sencilla forma de
ser; en la frontera del cruce con Saltillo los otros cuatro, y de fondo
más revuelto.
Fue,
sin contar la díscola conducta del quinto, corrida de general nobleza.
El segundo cogió a Eduardo Gallo y lo tuvo encunado, pero no hizo por la
presa sino por quienes vinieron a quitársela. El toro de Santa Coloma
no es de humillar, ni siquiera cuando descuelga. Pero es pronto y no se
hace de rogar. A ese guión se atuvo la corrida toda. El primero obedeció
en son, fue toro elástico; el cuarto sacó el punto de viveza propio del
encaste; el sexto, cuyo gateo de salida fue tan prometedor, se acabó
dando sin regalarse.
No
fue corrida fácil ni difícil. Ni de público ni tampoco de toreros. Pero
tuvo su personalidad distinguida y no fueron casuales las palmas en el
arrastre para los tres mejores. El tercero, el cinqueño, fue el más
apagado de los seis; el segundo, de porte y gesto bondadosos, echó mucho
la cara arriba y protestó en la corta distancia. Al quinto, en fin,
hubo que echarle de comer aparte. No fue toro zapatillero ni pegajoso,
pero sí distraído. Atizó en serio en dos o tres bazas, se sacudió el
engaño. Pero a ese garbancito negro y no solo a él le faltó la chispa,
el motorcito, el viaje suficiente, la entrega y el ritmo de los toros
mejores de una ganadería tan rica en reatas y registros como la de La
Quinta. Algo frío el lote entero, que cumplió en los caballos. El
cuarto, con corazón; el primero, con calidad.
Con
el lote más propicio, Antonio Ferrera hizo las cosas más brillantes:
lancear encajado a sus dos toros de salida, lidiarlos con autoridad;
banderillearlos casi a capricho y hasta regalar a la gente un tercio de
banderillas en el cuarto que fue mixtura de lances de capa y reuniones
en la cara de distinto color mientras, entre par y par, dejaba el capote
posado en vertical como un mojón en la arena; y torearlos de muleta con
facilidad, buen pulso y buenos brazos, rematar tandas con el de pecho,
no cansarse, no pasar ni un mal apuro. Sobrado de oficio y, además,
ganoso, porque hacía tiempo que no toreaba en Bilbao. La tanda final a
pies juntos al cuarto toro –de perfil, encajada, perdiendo pasos- fue
ejemplo de buen toreo. Una estocada desprendida y con vómito en el
primer turno; dos medias –soltando el engaño en el primer ataque- y un
descabello después. Lo aplaudieron con fuerza, cariñosamente.
Gallo
bailó con la más fea. No solo porque el quinto no aguantara ni una
broma, sino porque con el segundo, aunque arriesgó, no terminó de
acomodarse. El toro pareció pedirle el sitio y la distancia que Gallo,
de siempre más a gusto en el toreo de cercanías, se resistió a darle.
Una rara estacada tendidísima que asomó fue un borrón. Estuvo, a cambio,
en torero entero.
Morenito
de Aranda se prodigó con el capote pero en lances forzados y no en su
mejor versión de capotero de manos bajas. Le pegó al tercero, que no
metió los riñones ni una vez, doblones hermosos pero innecesarios y le
hizo al sexto una faena de mucha vibración, imaginativa, de saber ganar y
perder pasos a tiempo, de buen dibujo, con muy airoso final clásico de
toreo cambiado y recortado. El garbo. Pero ni entró la espada ni pasó
Morenito. Morenito, por cierto, se llamaba también ese sexto toro.
Postdata para los íntimos.- En
el Puente de la Merced -en la margen izquierda del Nervión, no sé si en
la derecha también- se cuenta en un panel muy preciso y bien escrito la
historia de los seis puentes que unieron en su día la vieja villa con
el municipio de Abando. Es una pena que desde ese punto sólo se distinga
el llamado Puente de la Ribera y antes de San Francisco. La historia de
Bilbao está escrita por la construcción y voladura de puentes -durante
la primera y la tercera guerra carlista, durante la guerra civil- y
hasta hoy no había reparado en ese detalle. La zona de la Merced como la
de la calle de San Francisco está poblada de marginales.
Las
traseras de la estación de Abando, donde ha sobrevivido en pie el
almacén racionalista de las Bodegas Bilbaínas, son zona de botellón y el
hedor es insoportable. El río baja limpio. En el vestíbulo de la
estación de La Naja, de donde salen los trenes para Balmaseda, se ha
instalado el librero de lance que antes se ponía los domingos en la
Plaza Nueva. Me ha dicho que le sonaba mi cara y que se acordaba de mí.
Hacía
calor pero no picaba. En la zona del Arriaga y del Arana había tumulto,
ruido y gentío. En cambio, en el Monterrey, en la Gran Vía, cuando
entré a las 2 con idea de comer, no estábamos más que dos personas.
Luego fueron llegando más. He comido de maravilla, me han tratado como a
un príncipe y he estado a punto de contar al jefe y a la gente de la
barra que voy al Monterrey por los toros, porque tuve un amigo torero
que trabajaba allí -cuando habia trabajo y cuando había toreros- y no
por la crema de pescado ni la por la merluza ondarresa ni por el pudín
de naranja ni por el café, que es el mejor del mundo. Al fondo del
estrecho comedor, un paisaje cubista de Machinbenta, el pueblo donde
nació el dueño del local. El paisaje tranquiliza, y parece que está al
otro lado de la ventana. Y no es una ventana sino una pared. Esa es la
gracia.
Poca
gente en la plaza. Resaca de la bajada de la MariJaia. El Athlétic
jugaba a la misma hora en San Mamés. Aquí están indignados con Llorente
porque dicen que quiere darse a la fuga y cobrar sin jugar. En el Deia
de hoy sale una entrevista con Mauri -el de Mauri, Maguregui, Iriondo,
Venancio, Zarra, Panizo y Gainza que es una verdadera maravilla. El
fútbol vasco de los años 50, tan inglés. La época de Antonio Ordóñez.
Vale!
Fotografía Arjona, Aplausos
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