miércoles, 22 de agosto de 2012

Una corrida larguísima

Crónica de Barquerito. Torosdos

Dos toros inciertos y difíciles, primero y sexto de Fuente Ymbro, reparten emociones de angustia. Brava pelea de Urdiales y David Mora. Festejo de muchos tiempos muertos.

Bilbao, 20 ago. (COLPISA, Barquerito).

Lunes, 20 de agosto de 2012. Bilbao. 3ª de las Corridas Generales. Casi un tercio de plaza. Nublado, templado.

Seis toros de Fuente Ymbro (Ricardo Gallardo). Corrida astifina, de desiguales hechuras y serio remate. El primero, jabonero, listo y celoso, fue difícil pero dio juego. El sexto, violento al lanzarse, fue todavía más complicado. El quinto escarbó y se defendió. A menos un soso segundo y un manejable cuarto; se paró el tercero. 
Diego Urdiales, de verde aceituna y oro, saludos tras aviso en los dos. Leandro Marcos "Leandro" de verde parra y oro, silencio y silencio tras aviso. David Mora, de nácar y oro, saludos y vuelta al ruedo.

Dos notables pares de El Puchi al tercero.

Dos horas y media de festejo, pero parecieron tres. Se hizo larguísimo. Los dos toros de emoción de la corrida de Fuente Ymbro fueron el primero y el último. Lo que hizo denso el espectáculo fueron los cuatro toros jugados entre medias. El ganadero de Fuente Ymbro -Ricardo Gallardo- tiene el capricho de echar anualmente en Bilbao por lo menos un toro jabonero. Para que se sepa que los tiene. Son mayoría los negros en Fuente Ymbro; y, luego, los colorados, y los castaños retintos. Y, en fin, la minoría de los jaboneros, que tanto gustan.

Abrió corrida el jabonero.Descarado y astifino. De ancho balcón y muchos pies. Además de cara -más carnes o presencia que trapío-, tenía plaza el toro. No fue sencillo. Salieron espabilados y listos los dos toros que más provocaron. En listeza eléctrica y hasta violenta se llevó la palma el sexto, incierto, agresivo y de ataques descompuestos. No es que el primero fuera una malva, pero al menos avisaba: codicioso de partida, pero celoso y pegajoso después. Decían los taurinos antes: "toro que sabe lo que se deja detrás". Y, como lo sabía, volvía revoltoso por sus pasos a buscar tobillos, espinillas, zapatillas o pies.

Diego Urdiales lo fijó de salida con buenos, seguros y bonitos lances por delante. Luego de una engañosa pelea en varas -se empleó en la primera y remoloneó en la segunda- estuvo por decantarse el toro. Su son. Se abrió con él en los medios el torero de Arnedo. Mientras estuvo tapado Diego, el toro pareció alegre y casi dócil, pero, en cuanto se descaró, se revolvió el toro, que por la mano izquierda escoció de verdad: la antena puesta, el viaje retorcido en frenada y gaitazo. Por la derecha le salió el aire celoso, que no dejó a Diego ligar propiamente, pero sí dibujar muletazos sueltos de rico trazo. Sin ligazón no hay faena que rompa. Diego abusó del toreo a la voz y se fue, además, de tiempo. Dos pinchazos y, soltando el engaño, una entera a capón. Llamativa la calma para resolver la papeleta. El toro, con su encendido picante, fue de los de hacer sufrir. La gente respiró tras el arrastre.

Entrer ese arrastre y el del sexto -casi dos horas, plomizo el cielo- se puso más caro y fastidioso el aire. Sólo la gentileza del palco y los músicos -que atacaron La Giralda durante la faena del cuarto- sacudió un muermo indisimulable. El segundo de corrida, astifino desde la cepa al pitón, cornialto y casi veleto, se empleó sin celo y no descolgó. Leandro, airoso en los seis muletazos de tanteo, se embarcó en largo trajín. Algún muletazo descaderado, raramente dos seguidos, un exótico final por manoletinas -¿o mondeñinas?-, tres pinchazos, una honda, dos descabellos.

El tercero, largo y engatillado, bien puesto, se durmió fijo en una primera vara larguísima. Mora le había pegado en el recibo siete lances de revuelo -mucha tela- y media compuesta, Urdiales quitó por chicuelinas apuradas. Fue toro mirón, de acostarse por las dos manos. Y se vino abajo. Un trasteo grave, reiterativo de David. Intentos de toreo ayudado con la izquierda a toro apagado, cites en uve, agarrones al lomo en los viajes cortos. Una estocada trasera.

El cuarto, alto y ensillado, apretó en una vara, fue un punto mirón, se lo pensó, se acabó rebrincando. Le pegó Urdiales con la izquierda y ayudándose muletazos ajustados y templados. Fue, sin embargo, faena morosa. Le faltó tensión al toro.

El quinto oliscó de salida, escarbó lo indecible después, se picó al relance y se escupió de la segunda vara y fue en la muleta protestón, de puntear engaños y frenarse antes de suerte, desarmó a Leandro hasta tres veces y lo esperó después de cuadrado. No entró la espada, cayó un aviso. Hasta a los areneros parecían pesarles los pies, las escobas y las espuertas después de recomponer el ruedo con arena cenicienta.

Y entonces, como ducha fría, se soltó el sexto, que echaba chispas al lanzarse sin estirarse de verdad. Los viajes fueron, por eso, arreones inciertos, trallazos de genio. No perdió los papeles ni los nervios David Mora, que pretendió torear por derecho y no renunció a hacerlo. Lo que no pudo ser fue pegarle ni uno ni dos ni tres por abajo al toro. Pero sí cambiarle el viaje para que no arrollara. Fuera majeza. Ese fue el merito mayor del trabajo, que tuvo su parte sofocante como todos los combates. Soltando el engaño, una estocada por el hoyo de las agujas. Rodó el toro.

 Foto de Arjona, Aplausos

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